El origen de la escritura

Desde los signos grabados en una tableta de arcilla hasta las palabras que llenan este post, la escritura ha recorrido un camino impresionante. La revolución que la escritura introdujo en nuestras vidas fue tal que su aparición marca el inicio de la Historia. Todo lo que la humanidad realizó hasta entonces queda encapsulado en esa época rústica y primitiva que llamamos prehistoria. Es curioso que nuestra historia colectiva no comience como la de cada uno de nosotros (cuando nacemos) si no cuando se tiene memoria escrita de ella. Es como si la escritura nos hubiera otorgado nuestra condición humana. Lo que es indudable es el alcance de tal invención, hasta el punto de que tal logro se les atribuyera a los dioses; como a Thot en la mitología egipcia.

Debo reconocer que, desde que me asaltó por primera vez el deseo de escribir, pocas veces había pensado en el origen de la herramienta que me lo permite. «El infinito en un junco» de Irene Vallejo me ha animado, sin embargo, a profundizar en el tema. Nunca un ensayo había despertado en mí tal emoción, deleite y, sobre todo, ganas de saber más. Si amáis los libros, no dejéis de leer esta obra. Entera o por partes pues, la abras por donde la abras, disfrutas de cada capítulo. El viaje que nos ofrece Irene Vallejo tiene como protagonista a los libros. Un invento en continua evolución para proteger su mensaje escrito de innumerables desafíos tanto naturales (deterioro, descomposición) como humanos (censura, quemas).

A igual que su soporte, la escritura ha evolucionado y, con ella, también nuestra manera de organizar nuestro pensamiento. Fijar ideas, palabras, en un soporte material permite liberar espacio mental para otras tareas cognitivas. No fue, sin embargo, tan fácil en un primer momento. Los primeros signos escritos representaban conceptos. Esto requería una buena memoria para recordar los símbolos correspondientes a cada acción u objeto. En el caso de los signos cuneiformes, tal sistema tampoco permitía conjugar verbos, declinar nombres o transcribir nociones abstractas. Era por lo tanto una rudimentaria aproximación a la mucho más rica lengua hablada (el sumerio en este caso). Fue necesario vaciar los signos cuneiformes de su sentido, conservando tan solo su sonido (a menudo monosilábico) para poder así componer palabras. Este cambio fue indispensable para la supervivencia de la escritura cuneiforme una vez el acadio sustituyó al sumerio como principal idioma de Mesopotamia. Más tarde, la invención del alfabeto cuneiforme simplificaría aún más la escritura pues, con apenas 30 signos se podía escribir cualquier texto.

Frente a tal revolución (pictogramas > fonemas > letras) otras características cambiantes de la escritura parecen tener poca importancia. El sentido de la lectura es una de ellas. Originalmente de arriba abajo, los signos cuneiformes sufrieron una rotación de 90 grados para pasar a sucederse de izquierda a derecha. Los jeroglíficos egipcios podían escribirse en cualquier sentido (tanto vertical como horizontal). Era la dirección de las figuras la que determinaba el sentido de la lectura. Sobre el porqué de escribir en un sentido u otro abundan las explicaciones de tipo práctico. Es decir, resultaba más fácil hacerlo así teniendo en cuenta los instrumentos con los que se escribía (cálamo, pluma…), el material sobre el que se hacía (tablillas de arcilla, papiros…) o la posición en la que se hacía (sentado o no).

Ha cambiado lo que escribimos, cómo lo escribimos, dónde lo escribimos, pero quizás lo que menos haya cambiado es el por qué lo escribimos. Una de las teorías más extendidas sobre por qué apareció la escritura asocia su invención a una necesidad contable y de gestión. De hecho, los textos más antiguos hasta ahora descubiertos son de tipo administrativo.

Prefiero pensar, y esto es una teoría personal, que no es la única razón. Creo que el deseo de expresarse, de comunicar y dejar constancia de su paso por el mundo también tuvo que influir y que las bases de la escritura deberían buscarse más allá de los métodos contables utilizados poco antes de la aparición de los primeros textos. El habla no era suficiente para asegurar la comunicación. Las palabras eran aire y en él se terminaban perdiendo, por mucho que la transmisión oral las mantuviera vivas durante cierto tiempo. Era necesario plasmarlas de otra manera. Las pinturas rupestres eran ya una forma de expresión, una manera de decir «He estado aquí». Una manifestación primitiva de nuestro deseo de trascender. Todo el mundo conoce el dicho «En la vida hay que hacer tres cosas: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro». Si algo tienen en común esos tres objetivos vitales es que cada uno de ellos debería dejar constancia de nuestra presencia en el mundo una vez que nos hayamos ido de él. La escritura inmortaliza una idea, un deseo, un pensamiento. Lo escrito somos nosotros, incluso cuando ya no existamos.

Fuente principal: La Mésopotamie, ed. Belin, 2017. Foto del post de bearfotos (en freepik).

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2 comentarios sobre «El origen de la escritura»

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