Carta a una desconocida

Ojalá tuviera el valor de hablar contigo, aunque creo que solo conseguiría asustarte. ¿Me reconocerías? Dudo que te hayas percatado de mi presencia. Cuando subo al autobús, tú ya estás inmersa en tu lectura, siempre sentada en el mismo sitio. Supongo que tu parada es una de las primeras de la línea y, por eso, puedes coger cada mañana el mismo asiento. Haces bien considerando que tu trayecto es largo. Reconozco que he estado tentado de seguirte para ver donde vas a trabajar o a estudiar pero, la única vez en que no me he bajado en mi parada, lo he terminado haciendo en tres más allá, pues hubiera llegado demasiado tarde al trabajo. Después de aquella parada todavía quedan cuatro antes de que el autobús retome el camino en la dirección opuesta. Algún fin de semana me he bajado en esas paradas para ver dónde podrías dirigirte. En las dos últimas paradas, ni se baja ni se sube apenas gente. Están en barrios pudientes y, allí, la gente utilizará sus todoterrenos o coches de lujo para desplazarse. ¿Trabajas en alguno de esos chalets con jardín? No te imagino ocupándote de la limpieza. No me malinterpretes, si lo haces, no hay ningún problema. Sin embargo, a menudo observo tus manos sujetando el libro en el que tu mente suele andar perdida. Podrían ser manos de pianista, blancas, con elegantes y largos dedos que terminan en cuidadas uñas. Esas no son las manos de quien pasa limpiando la mayor parte del día. Prefiero pensar que no es hacia una de esas casas con jardín y piscina a donde te diriges sino que vas a trabajar con gente que te aprecia.

Me gustaría saber lo que estás leyendo estos últimos días. Todavía no he conseguido leer el título. Cada vez que levantas ligeramente el libro de tu regazo, o me empujan o el autobús pasa por encima de un bache y, cuando puedo volver a fijar la vista en el libro, ya lo has cambiado de posición. El que leías hace unas semanas me lo he comprado. Amélie Nothomb. Nunca había oído hablar de esa autora. Reconozco que no lo he entendido todo, me resultó un poco raro pero, si a ti te gusta, seguro que es un buen libro. Yo, de literatura, poco sé. Leía lo que mandaban en el colegio y, de pasada, algún periódico que mi padre se traía a veces cuando terminaba su turno en el bar. Libros, en mi casa, había pocos y solían ser regalos de esos que se eligen ateniendo al gusto del que los compra más que al del quien los recibe. Crecí en un hogar donde toda letra impresa tenía una función determinada: manuales de algún aparato, libros de cocina, calendarios con una cita de los evangelios para cada día. Incluso los periódicos, me pregunto si mi padre se los traía con la idea de leerlos o para utilizarlos, por ejemplo, para cubrir la mesa donde se ponía a sacarle brillo a los zapatos. Ahora en mi piso, yo tengo algún que otro libro. La mayoría los he comprado desde que te conozco, bueno, conocer, es un decir. Hoy me he traído uno que creo que te puede gustar. Lo llevaba en la mano con la portada hacia ti para atraer tu atención. Me he dicho que eso puede ayudar a romper el hielo. «¿Qué lees? ¿Está bien?», te imagino preguntándome. Es verdad que, de pie, con los vaivenes del autobús, no puedo leerlo. Podría hacerlo si me apoyara en un lateral pero, entonces, corro el riesgo de no ver a tiempo si un asiento cerca de ti se libera. El otro día, no era uno del todo cerca el que pillé pero, por lo menos, podía observar con más detenimiento tu cara, tus gestos, tu respiración. Mañana me voy a poner el despertador media hora antes para hacer el trayecto en sentido contrario y subirme al autobús varias paradas antes de la mía. Espero que entonces pueda coger un asiento cerca del tuyo.

Te preguntarás por qué tú, qué hizo fijarme en ti. Te parecerá tonto, pero lo primero que vi de ti fue un pendiente tuyo. Me recordó los abalorios que mi hermana pequeña se hacía en la extraescolar de manualidades a la que estuvo apuntada unos años. No quiero decir que tu pendiente parezca hecho en un taller de bisutería para niños. Tus pendientes son bonitos y te quedan bien. La verdad es que no tienen que ver con las “creaciones” de mi hermana. Aquel pendiente tuyo, sin embargo, me recordó su cara de felicidad cuando encontró un par que pensaba haber extraviado durante la vuelta a casa. Los había hecho para mi madre y, al llegar a casa y no encontrarlos en un primer momento, mi hermana se había puesto a llorar. Su sonrisa, cuando insistí que mirara de nuevo en su bolsillo y los sacó, es de las que te hace pensar “Este día ha merecido la pena”. Por eso, cuando reparé en tu pendiente, enseguida busqué tu boca ansiando ver una sonrisa que me motivara de camino a un trabajo que no me gusta. No, no me gusta y no creo que nunca lo hará pero es lo que hay. De todas maneras, ya no me cuesta tanto levantarme. Ahora salto de la cama. A veces, incluso ya he abierto los ojos antes de que suene el despertador. Me quedo entonces unos momentos admirando la imagen de ti que tengo clavada en mi mente desde el primer día que te vi.

Pensarás que estoy loco. Supongo que tienes razón. No sé por qué estoy escribiendo esto. Cuando me he puesto, se me acababa de ocurrir la idea de darte esta carta un día, justo antes de bajarme en mi parada. Si me leyeras, he pensado ingenuamente, si me leyeras, aunque fuera con la mitad de la atención que le dedicas a tus libros, me harías muy feliz. Luego, sin embargo, el desánimo se me ha acercado por detrás con sigilo. Conforme las palabras aparecían en mi pantalla, me ha invadido la duda. Entonces, me he dicho que, posiblemente, no me atreva nunca a darte esta carta. He seguido, sin embargo, pensando que escribirte era como hablarte y que, quizás, más adelante encontrara el valor de dedicarte una sonrisa o unos “buenos días”. Ahora, sin embargo, tan solo soy capaz de pensar lo estúpido que es todo esto. Cómo se me ha podido ocurrir ponerme a escribirte. De qué me iba a servir. ¿Cómo me iban a dar unas cuantas líneas escritas el coraje necesario para mirarte a los ojos obligándote a que me devuelvas la mirada y descubras que existo? Sí, estúpido es la palabra. Voy a intentar olvidarme de todo, olvidarme de ti. Bueno, ya está, borrado. Nunca sabrás lo que siento.

Comparte

Un comentario sobre «Carta a una desconocida»

  1. Precioso relato de esos pensamientos que pasan por nuestra vida y se van sin dejar rastro. Sólo Mar sabe darle forma

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *