A lo largo de la historia de la literatura muchas autoras han publicado bajo seudónimo. A menudo, parapetándose en un nombre masculino para evitar el rechazo de una sociedad en la que las mujeres eran relegadas al ámbito doméstico. El seudónimo era la única herramienta que les permitía llegar hasta los lectores.
Con la progresiva apertura a las escritoras del mundo literario, las razones para utilizar un seudónimo han ido cambiando. Con frecuencia, se trataba de ser aceptada por los lectores de un género que se consideraba típicamente masculino o huir de los estereotipos. La literatura femenina ha cargado durante años con etiquetas poco halagadoras y, sobre todo, se consideraba de menor calidad. El que exitosas escritoras como P.D. James y, más recientemente, J. K. Rowling o V. E. Schwab decidieran ocultar su identidad tras iniciales, son claros ejemplos de los prejuicios que los lectores, especialmente los masculinos, todavía conservan.
Sin embargo, ¿qué ventaja puede tener un seudónimo cuando se es ya una escritora admirada y respetada? De hecho, Agatha Christie, la escritora que se escondía tras el seudónimo de Mary Westmacott, ha sido considerada por el Libro Guinness de los Récords como la novelista más vendida de todos los tiempos.
Cuando escribió, Un amor sin nombre, su primera novela como Mary Westmacott, Agatha Christie había publicado con éxito nueve novelas. Su famoso personaje, Hercules Poirot, ya había resuelto El misterioso caso de Styles y El asesinato de Roger Ackroyd, entre otros casos.
Puedo entender el deseo de Agatha Christie de explorar otros territorios sin darse de bruces con las expectativas de los lectores. A igual que esperamos que ciertos actores hagan siempre comedias, su público debía esperar que la Dama del Crimen les regalara un misterioso asesinato tras otro. Publicar como Mary Westmacott le ofrecía a Agatha Christie la posibilidad de escribir libremente, adentrándose en otro género completamente distinto: la novela romántica. Entre 1930 y 1956 escribió seis novelas utilizando ese seudónimo. Nada que ver con su prolífica producción como Agatha Christie.
Me pregunto a qué parte de su obra le tenía más cariño: la que respondía a lo que le pedía el público o la que escribía dejándose llevar.
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